Responsabilidad social
La comisaria, crítica e investigadora Suset Sánchez explica el papel democratizador del comisario y su responsabilidad social, además de apuntar numerosas referencias sobre la práctica curatorial y la investigación decolonial.
Suset Sánchez (La Habana, Cuba, 1977) reside y trabaja en Madrid desde 2004. Ha colaborado con los estudios de los artistas Carlos Garaicoa y Tania Bruguera, y coordinó la Cátedra Arte de Conducta, fundada por Bruguera. Sánchez ha comisariado exposiciones en Casa de América, Caixaforum Barcelona, Centro Atlántico de Arte Moderno, entre otros. Actualmente Suset es investigadora en residencia del Departamento de Exposiciones del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Los artistas con los que Suset realizaría una hipotética exposición son Fernando Sánchez Castillo, su obra lanza agudas críticas a la política belicista del siglo XX y XXI en sus piezas; Cristina Lucas, quien indaga y cuestiona los valores que impulsan a la sociedad contemporánea; Marina Vargas, a través de esculturas, instalaciones, dibujos y pinturas analiza el simbolismo y la iconografía occidental y el rol femenino; Laura F. Gibellini, explora desde diferentes disciplinas las nociones de lugar y espacio y la representación de lo irrepresentable, como el aire o el mar; y, por último, Rubén H. Bermúdez, fotógrafo que trabaja sobre la construcción del racismo.
¿Cómo definirías la labor de un/a comisario/a?
Resulta difícil hacer una definición de la labor del comisariado en tanto deviene un ejercicio donde teoría y práctica son indisolubles, por lo que se articula en acciones tan plurales como la multiplicidad de agentes y disciplinas que intervienen en las dinámicas curatoriales. En cualquier caso, puedo hablar desde mi experiencia e intentar resumir lo que para mí desearía que fuese el comisariado como una práctica profesionalizada. Me interesa pensarlo como un proceso de mediación intersubjetiva y situada, que necesariamente acontece en un tiempo y un lugar, de ahí que tenga que experimentarse como un acto de responsabilidad política. Es un procedimiento inserto dentro de la cultura visual contemporánea, que acontece por lo general en el codificado espacio de las instituciones artísticas –aunque por fortuna no se limite a estas–; y me interesa que no sea una intervención ajena a la genealogía y la historia del propio contexto donde tiene cabida y, fundamentalmente, que se base en un diálogo y una relación de afectos con las subjetividades que allí interactúan.
No puedo desvincular los proyectos de comisariado de la investigación. Es importante que consideremos el comisariado como una posición teórica sobre la instrumentalización de los “modos de ver” y de producir sentido en el espacio de exhibición. Un ensayo que, al menos en mi experiencia, más que arrojar respuestas sobre lo que se exhibe, genera nuevas interrogantes sobre los objetos culturales y los textos visuales que está interpelando, y que a través del ejercicio expositivo quedan re-situados en la esfera pública para dinamizar o abrir debates urgentes en la sociedad civil.
¿Qué crees que hace falta para ser comisario/a?
En las condiciones precarizadas en que muchos agentes desarrollamos nuestros proyectos en el ámbito independiente, diría que hay varias actitudes muy necesarias: entusiasmo, responsabilidad, resistencia, humildad, autocrítica e imaginación son algunas de las principales. Sacar adelante una exposición es una aventura con un final incierto la mayor parte de las veces, que implica mucho tiempo de investigación en archivos y bibliotecas, trabajo de campo, visitas de estudios –quizás la parte que más disfruto al darse un diálogo cercano e íntimo, muchas veces cómplice, con los artistas y otros actores culturales–, negociaciones institucionales, etc. No siempre todo ese esfuerzo se concreta en una exposición, ya que ahí entran a jugar las políticas y economías del arte y las relaciones de poder del campo artístico. Por tanto, no basta con tener una formación, conocimientos y voluntad de hacer; no es suficiente ser un gestor cultural hábil y defender un proyecto intelectual pertinente y necesario para compartir a través de la propuesta expositiva. En definitiva, un comisario/a es un ciudadano/a que va a asumir unas funciones sociales y que va a tener una responsabilidad pública al llevar su proyecto a la sala de exposiciones. De ahí que ese acto de intervención en la esfera de lo común demande esencialmente un compromiso ético y una conciencia sobre el impacto y la potencia movilizadora y/o pedagógica que puede tener nuestro trabajo en aquellas personas que optan por vivir la experiencia de la exposición. Creo que el comisariado debe ser consecuente como declaración e investigación y hacerse cargo de las agencias que convoca y los debates y preguntas que activa desde las salas de exposiciones.
¿Por qué has elegido a estos artistas?
Conozco la obra de Fernando Sánchez Castillo desde el año 2002, la primera vez que vine a España. Me sorprendió el rigor de su trabajo en términos históricos/historiográficos y la capacidad de tejer un contra relato perfectamente hilvanado, verosímil y documentado con exhaustividad a partir de la investigación de zonas obliteradas por las narrativas oficiales. La ironía de sus propuestas y la iconoclasta solución de sus ficciones activan un discurso crítico sobre el presente de la política a través de la relectura de la historia escrita por el poder. Por ello me parece que la suya es una obra muy necesaria en el presente.
Cristina Lucas fue otra artista que conocí en mi primer viaje a España y con quien compartí una intensa experiencia como becarias en Casa de América trabajando junto a Rafael Doctor. Desde entonces le sigo de cerca y he sido testigo de la consolidación de una poética feminista que intenta perturbar el orden falocrático y eurocéntrico de la historia del arte occidental. Algo que me llama la atención en la obra de Cristina es el inteligente humor que desprenden muchos de sus intertextos al apropiarse de tradiciones, lenguajes y obras paradigmáticas de la historia del arte y en la articulación de una profunda crítica al sistema del arte contemporáneo.
Tuve conocimiento de la obra de Marina Vargas gracias a un colega que respeto y que ha sido un mentor profesional, Omar-Pascual Castillo, quien ha comisariado varias exposiciones de ella. Me fascinó su trabajo, fue un flechazo a primera vista por la calidad de la factura pictórica y por el modo en que ese concepto barroco de la pintura se traslada a sus esculturas. La apuesta estética de Marina condensa la complejidad de la cultura visual contemporánea y la convivencia en tensión de tradiciones e imaginarios de las procedencias más plurales: iconología medieval, cultura popular de distintas zonas de América Latina, iconografía religiosa, mitos de la antigüedad clásica… Éxtasis y violencia son dos experiencias que coexisten en el virtuosismo colorista y en la proliferación de formas y motivos que acusan, a la vez y paradójicamente, fragilidad y agresión en las piezas de esta artista.
La primera vez que vi el trabajo de Laura F. Gibellini tenía el objetivo de hacer una reseña de una exposición suya. Me cautivó la delicadeza de un trabajo que interpreta un género tradicional como el paisaje desde una posición conceptual donde el pensamiento científico y disciplinar le brindan las claves para descodificar la realidad y traducirla a un lenguaje plástico. El dibujo y el vídeo son dos soportes en los que Laura logra una transición lingüística del ambiente percibido hacia una representación abstraída de lo que en apariencia es imperceptible o irrepresentable, como el aire. En su obra el espectro de colores y las formas responden a códigos muy personales que surgen de sus espacios de trabajo y del proceso creativo en un determinado lugar. Es interesante además ver a la artista inmersa en el tiempo productivo, y como el proyecto se convierte en maqueta y posteriormente da un salto a la escala real a través de un ejercicio paciente.
Gracias a la investigadora Inés Plasencia supe de Rubén H. Bermúdez, un fotógrafo y activista afrodescendiente madrileño que está realizando un trabajo muy necesario y serio sobre la construcción del racismo y la mirada colonial en el estado español. Su fotolibro "Y tú, ¿por qué eres negro?" es una suerte de historia de vida en imágenes, ilustrada con fotografías biográficas del autor y cruzadas con documentación de archivo, extractos de publicidad, fragmentos de periódicos, una madeja de relaciones sobre referentes de la diáspora africana, y episodios de la historia racista y colonial sobre la que se construye la idea de nación en España. A través de esas imágenes se relatan los efectos de esas tensiones en la propia experiencia de Rubén como joven afrodescendiente en España.
¿Cuáles son tus referentes o ideales a la hora de comisariar?
Suelo ubicar mis referentes curatoriales en relación con los proyectos en los que me involucro, ya sea a nivel discursivo o por la investigación sobre el propio display expositivo. Por eso resulta difícil hacer un resumen de todas aquellas propuestas y agentes que son fuentes de conocimiento para pensar mi propia práctica comisarial. En cambio, sí puedo mencionar algunos nombres que son constante objeto de atención para mi trabajo, como el de Thelma Golden, directora y chief curator de The Studio Museum in Harlem, quien ha desarrollado una programación relevante teniendo como centro la agencia de artistas afroamericanos, la complejidad y pluralidad de la diáspora africana y el propio contexto local del Harlem neoyorkino. O puedo señalar a otros colegas de la escena local cuyas trayectorias y proyectos recientes ameritan un seguimiento, son los casos de la nueva programación de Manuel Segade en el CA2M en Móstoles y las maneras de repensar el tiempo expositivo y las dinámicas de los públicos en una exposición, a través de las propuestas en torno a las artes de acción y la magnífica muestra "Elements of Vogue". Los proyectos de comisariado y educación que llevan a cabo el colectivo formado por Manuela Pedrón Nicolau y Jaime González Cela, especialmente los modelos alternativos de mediación como formas de repensar y alterar el recorrido de una exposición que están explorando en Tabacalera. Los ejercicios curatoriales a través de los cuales Oriol Fontdevila ensaya formas de desmaterializar la exposición, activando su naturaleza de proceso y experiencia; o las revisiones genealógicas que sobre el concepto moderno de exhibir y coleccionar han realizado Sergio Rubira y RMS La Asociación. En esa misma línea es remarcable la muestra comisariada por Olga Fernández "Mil bestias que rugen. Dispositivos de exposición para una modernidad crítica" en el CAAC (Sevilla).
¿Es el/la comisario/a un agente de democratización del arte?
Sin duda la labor curatorial en tanto espacio de mediación entre artistas, públicos e instituciones comporta una acción democratizadora que colectiviza un capital cultural administrado en círculos cerrados. La exposición como modo de intervención en la esfera pública y como constructora en sí de lo público, debería tener ese efecto democratizador y propiciar un acceso libre a la cultura en las sociedades contemporáneas. Sin embargo, tampoco podemos ignorar que la exposición y la labor de comisariado pueden devenir mecanismos de poder en la prescripción de formas de observar, interactuar e interpretar la producción simbólica. Es ahí, en esa zona de riesgo, donde el comisariado debe mantener una autoconciencia sobre su responsabilidad y activar un sentido autocrítico frente a su propia acción. Precisamente esa era de una de las tesis que tratábamos de sostener en la muestra "rumor... historias decoloniales en la Colección La Caixa" (CaixaForum Barcelona, 2014), cuando intentábamos reflexionar sobre la función coercitiva que posee la exposición temporal y la práctica curatorial al haberse convertido en espacios primados donde se gestiona el valor de los objetos y las experiencias culturales.
Eres, además de investigadora, comisaria y crítica. ¿Son los comisarios críticos? ¿Deben serlo?
En mi caso primero surgió la crítica de arte como ejercicio profesional. De los límites del soporte editorial y la escritura se abrió el comisariado como otra forma posible de construcción de sentido e interpelación del arte, siendo la investigación el puente entre ambas prácticas. Siempre insisto en que el comisariado me genera una sensación ambivalente. La fascinación por el diálogo con otros y el reto que supone ocupar un espacio y transformarlo, imbuirse en la historia del lugar y en la memoria de quienes lo administran y de aquellos que antes han estado allí, son motivaciones que entran en competencia con las tensiones que implican las agotadoras negociaciones con la economía política del arte y las pragmáticas institucionales. En mi trabajo no puedo desvincular la escritura crítica y la investigación del comisariado en tanto textos que se atraviesan continuamente como parte de un cuerpo, una subjetividad y una experiencia vital. Sin embargo, trato de ser consciente de los límites éticos y las diferencias que se derivan de ese tránsito entre unas prácticas y otras.
Analizando mis tímidas derivas en el ámbito del comisariado, he de reconocer que la investigación y la escritura me han facilitado estructurar las maneras en que obras y artistas van a convivir en el espacio expositivo. De todos modos, si nos ceñimos a la etimología del término crítico/a, diría que ambas acepciones deberían ser aplicables al comisariado. El comisario/a debería ser un sujeto en crisis, que no se aferre a certezas, cuya labor sea preguntar(se) e interpelar(se). Por otra parte, su trabajo debe estar animado por una voluntad crítica, inconformista. La exposición demanda el ejercicio del criterio y la evidencia de un posicionamiento político, que no se oculte el lugar de enunciación desde el cual se está hablando y produciendo significado. Lo expuesto y el modo en que esto se exhibe deben aparecer subrayados tanto como lo que se ha invisibilizado intencionalmente.
Formas parte del grupo Península, una plataforma de debate desde el arte y la curaduría sobre los procesos coloniales, relaciones de poder e historia de España y Portugal. Desde tu posición curatorial, ¿cómo se aborda la deconstrucción de las narraciones eurocentristas en estas temáticas?
Desde mi trabajo como investigadora y comisaria, siendo además una mujer migrante, me interesa que el espacio de la sala de exposiciones se convierta en una plataforma para dar visibilidad a aquellas subjetividades, situaciones y contextos sociales y geopolíticos que han sido históricamente excluidos por la historia del arte occidental y los mecanismos hegemónicos de la colonialidad. Particularmente estoy enfrascada en una investigación sobre la agencia afrodescendiente en el arte cubano contemporáneo, las representaciones de la diáspora africana en el Caribe hispano y la construcción racializada del territorio de Afrolatinoamérica como consecuencia del colonialismo español. Entonces, quisiera que esa deconstrucción de las narraciones eurocéntricas del sistema moderno/colonial de género se articulara en una crítica al racismo en nuestras sociedades.
Son muchos los compañeros/as que están trabajando desde diversos agenciamientos y foros en ese deseo de denunciar y subvertir las construcciones aberrantes de la colonialidad y sus marcas en la explotación de cuerpos y subjetividades racializadas, sexualizadas, migrantes y discriminadas en la presente situación del capitalismo global. Algunas de las voces que han coincidido en Península en algún momento, han mantenido en la investigación, el comisariado o el activismo una continua lucha, menciono apenas algunos ejemplos: la investigación sobre la fotografía colonial en Guinea Ecuatorial de Inés Plasencia, las pesquisas de María Íñigo sobre colonialidad, procesos de traducción y política en el arte latinoamericano y brasileño; la perspectiva postcolonial en el cine de no ficción de Sally Gutiérrez, de quien merece la pena ver su filme más reciente "Ta Acorda Ba Tu El Filipinas?". La exposición "Anarchivo sida", con curaduría del Equipo re (Aimar Arriola, Nancy Garín y Linda Valdés); o la muestra "Provincia 53. Arte, territorio y descolonización del Sáhara", realizada por Juan Guardiola en el MUSAC. Las acciones relacionadas con "El Porvenir de la Revuelta. Memoria y Deseo LGTBIQ" en la que estuvieron muy involucrados múltiples agentes, entre ellos Jesús Carrillo y Fernando López; y dentro de esas sinergias, el taller "No existe sexo sin racialización" y la publicación homónima en la que intervino Francisco Godoy junto a otros activistas como Lucía Egaña, Yosjuan Piña, Kenza Benzidan y Leticia Rojas. De Godoy próximamente saldrá publicado el libro de su tesis doctoral "Modelos, límites y desórdenes de los discursos postcoloniales sobre el arte latinoamericano. Textos y contextos de las exposiciones de arte latinoamericano en el Estado español (1989-2010)", o pudimos ver la exposición "Crítica de la razón migrante", curada junto a Carolina Bustamante en La Casa Encendida. El trabajo continuado desde sus respectivas prácticas, ya sea en el comisariado y la investigación de personas como Tamara Díaz, Julia Morandeira o Mónica Carballas; o Diego del Pozo y Andrés Senra en la creación artística… En este escenario de creciente conciencia y lucha decolonial, no puedo dejar de mencionar el compromiso de una artista y activista como Daniela Ortiz en Barcelona junto a asociaciones migrantes y racializadas, o de la comisaria Lucia Piedra Galarraga. Por fortuna, cada vez son más las voces que están cotidianamente produciendo distintas acciones a nivel micro que provocan interferencias y disrupciones en los relatos euro normativos de la colonialidad en el estado español. Un ejemplo contundente es la sostenibilidad de un movimiento de Afroconciencia a partir del primer festival homónimo que se hizo en Matadero en 2016 y el fomento de grupos de trabajo y acción que van teniendo un fuerte impacto en redes sociales, medios de comunicación, etc., denunciando el racismo persistente en la sociedad española.