Retrato de Madrid
Guillermo Armengol: “No creo que la fotografía sea un arte”
Guillermo Armengol lleva fotografiando Madrid desde los años 70 como fotoperiodista, y también retratando a las personas anónimas que dan vida a las calles de la ciudad.
“El autor nunca tiene que alterar el escenario donde se desarrolla el acontecimiento”, dice el fotógrafo Guillermo Armengol sentado en su estudio, una habitación amplia y luminosa de su casa de Cercedilla. Estamos rodeados por libros, sobre un escritorio hay un Mac en el que edita su trabajo y del techo de madera cuelgan unos guantes de boxeo.
“¿Cómo puedo retratar el mundo que me ha tocado vivir? Haciendo fotos sin que yo esté presente, pasando desapercibido”, continúa. “¿Dónde paso desapercibido? Donde haya mucha gente, donde haya una circulación, donde yo pueda descubrir a los personajes sin tener que definirme como fotógrafo.”
Ese lugar es la Gran Vía de Madrid y esos personajes son los transeúntes que la recorren de arriba abajo, que cruzan por sus pasos de cebra o se detienen ante un escaparate. Guillermo Armengol lleva más de 30 años infiltrado entre ellos, con la mirada atenta y la cámara colgada inocentemente del pecho, los dedos presionando el disparador que se esconde debajo de la empuñadura sin que nadie se dé cuenta.
Armengol habla de sus fotografías con entusiasmo. El día de la entrevista luce una barba canosa que se ha dejado después de un pequeño susto cardíaco. Lleva semanas organizando su ingente trabajo con la cámara, miles y miles de fotografías, en rollos y en archivos digitales. Ya ha hecho una primera selección de 700 pero quiere “reducirlas a 150 o 200 y hacer un gran fresco con lo que ha sido la calle del centro de Madrid, que creo que es representativa”.
Pero antes de la Gran Vía fue Malasaña. Y antes de Malasaña, las manifestaciones que se celebraban en Madrid en los estertores del franquismo. “Éramos dos colegas, teníamos un 600 con cortinilla y hacíamos fotos desde el coche, porque entonces no podías sacar una cámara”. Por esas “sesiones” de fotografía fue detenido varias veces lo que lo obligó a irse de Madrid un tiempo. La policía llegó, incluso, a registrar la casa de sus padres y un amigo de un amigo suyo se deshizo de sus negativos por temor a que fueran también a por él.
Llega la democracia y son años de ebullición. Primero, trabajó en ABC como redactor, hasta que le tiró la máquina de escribir a su jefe por, digámoslo así, diferencias de criterio. Después, Armengol fundó, junto a otros compañeros, la agencia Delta Press en una oficina alquilada a la agencia EFE. Ya en esa época vivir del periodismo era complicado. “Nosotros queríamos hacer información política y de eso no se podía vivir. Si no trabajabas para Interviú y para el Hola, no se podía vivir”. Así que en una votación, decidieron empezar a hacer información del corazón y él decidió irse con su laboratorio.
También en esos años se fundó, en su piso de Corredera Baja, el diario Liberación, que tendría a la primera y única mujer al frente de un diario en España, Mercedes Arancibia. “Era un intento de periódico de izquierdas”, dice. Y el intento no salió bien: “Duró menos de un año y se fue a la mierda porque no era un periódico que funcionara profesionalmente, sino ideológicamente”.
Se nota que Guillermo Armengol ha sido profesor universitario muchos años: sus respuestas son difíciles de contener, se abren en muchas direcciones. Empezó como profesor no numerario en la Facultad de Ciencias de la Información en los primeros años 80 y hasta hoy. También en esa época empezó a hacer fotos desde su ventana, que daba a la plaza de San Ildefonso. “A la policía atracando a los narcotraficantes, quitándoles la cocaína para quedársela, a gente que se moría debajo de mi ventana por sobredosis… Era un mundo aquel impresionante”.
Ese mundo era el lado oscuro de la movida madrileña. “No tenía nada que ver con el glamour, el colorín... era la España real, una España pobre, que estaba saliendo del franquismo y la juventud estaba inmersa en problema gordos, la heroína empezaba y se llevó por delante a un montón de amigos míos”. Esas fotografías fueron el germen de su trabajo posterior como fotoperiodista, más crítico, sobre todo en contraste con el trabajo de otros fotógrafos como Alberto García-Alix y Ouka Leele.
“Empiezo a darme cuenta de que la fotografía documental está contaminada. Los fotógrafos contaminamos la fotografía, preparamos la foto, decimos cómo se tiene que colocar…” A partir de entonces, y sobre todo en los años 90, empieza a bajar a Gran Vía con su Leica y su 35 mm para retratar a los transeúntes sin delatarse: “Eso me permite recoger exactamente lo que está ocurriendo, yo no intervengo”.
Armengol dispara desde la cintura, sin mirar por el objetivo. Gesticula mucho cuando lo explica: “Estás viendo quién viene por aquí, quién viene por allí, cómo se van a juntar, dónde se van a juntar. Y, de pronto, esos personajes se juntan y se crea una carga simbólica, o algo que suma por relación, o por oposición… Y funciona. Esta es mi manera de escribir un artículo de fondo”.
En 2007 cambia la Leica por una Canon. En realidad, es un doble cambio: de lo analógico a lo digital y del blanco y negro al color. Se dio cuenta de que “las cosas no eran grises, empecé a fijarme en los colores, en cómo iba vestida la gente, el color de los zapatos, de la ropa, los carteles que había detrás de los personajes que fotografiaba”.
El otro cambio, la tecnología, también ha tenido sus consecuencias. El primero: “la fotografía se ha universalizado de tal manera que todo el mundo es fotógrafo. Yo he visto fotografías por ahí que tienen el mismo carácter de calidad que la de una imagen profesional. Las cámaras se han transformado en herramientas universales en el sentido de que el lenguaje fotográfico ha llegado a la mayoría”.
¿Y no genera eso un problema de sobreproducción de fotografía?
Sí, es verdad, es el problema de edición, de selección...
O incluso el propio efecto de la foto, es menor, ¿no?, porque hay tanta fotografía...
El problema es cómo llegas a conocer cuáles son las fotografías que verdaderamente son interesantes. Pero es una cuestión muy subjetiva. Ahora mismo el fotógrafo es el editor. De un tema manda veinte fotos de las cuatrocientas que ha hecho, y por lo menos esas fotos las ha elegido él. Los fotógrafos antes no decidíamos nada. Yo he trabajado para Times y Newsweek, y nunca he visto mis fotos. Mandaba los carretes en un paquete y se lo daba a un piloto, el paquete con los carretes sin revelar. El piloto llegaba a Nueva York y le daban las pelas, en dólares. Pero nunca me enseñaban las fotos. No sabía las fotos que había hecho ni si podía mejorarlas. Ahora el fotógrafo tiene esa posibilidad que no ha tenido nunca, poder decir: ésta, ésta o ésta.
Pero a Guillermo Armengol, en el fondo, le da igual “que la imagen esté compuesta de sales de plata o de píxeles, a mí lo que me interesa es la imagen”. Y la imagen que le hace presionar el disparador es la fotografía documental, el escenario real. “Lo que ves en la calle siempre supera la ficción”, asegura. De hecho, también acude con su cámara a los grandes eventos de Madrid como las fiestas del Orgullo, fotografió el 15M y hace poco le abrieron la cabeza en una manifestación por colocarse demasiado cerca de la acción.
Precisamente por eso, porque no interviene en lo que captura, no se considera un artista. “No creo que la fotografía sea un arte. No lo creo. Yo me dedico a capturar imágenes. Yo robo un momento, un doscientosavo de segundo de lo que está ocurriendo en un sitio determinado, elijo un encuadre pero no estoy creando nada. Está ya allí y yo lo que hago es sustraerlo de esa realidad y lo presento ante la gente”.