Cristina Mejías y los relatos en el tiempo
Nos encontramos con Cristina Mejías para charlar sobre su obra así como la relación que existe entre ésta y la de Leandro Katz, expuesta en Tabacalera hasta el 16 de abril, y la de Joana Cera, en Galería Alegría hasta el 18 de este mes.
Escribía Paul Ricoeur que “el tiempo resulta humano en la medida que se expresa de forma narrativa” y, a su vez, “el relato es significativo en la medida en que describe los rasgos de la experiencia temporal”. Merece la pena tener esto en cuenta porque en la obra de Cristina Mejías se explora justamente esta relación entre los dos elementos de múltiples formas. No sólo eso, sino que tiempo y narración es lo que une las dos exposiciones, la de Leandro Katz en Tabacalera y la de Joana Cera en Galería Alegría, la una a la otra y al mismo tiempo estas a la obra de Cristina Mejías.
Si hemos considerado tiempo y narración como elementos fundamentales para considerar la obra de Cristina Mejías no deberíamos olvidar tampoco, que espacio y lenguaje estarían operando también en esta elaboración de historias. Cristina Mejías trabaja a partir del espacio y el tiempo para buscar un cierto orden, relatando historias o inventándolas, porque las historias pueden ser reales o ficticias. En ellas pueden coexistir elementos históricos objetivos –un acontecimiento familiar determinado como una boda en tal fecha– y elementos inventados, como en Album familiar (2010). Algo tan íntimo y personal que remite a hechos pasados intercala, de este modo, realidades ajenas y lejanas. También a través del recurso de la analogía, Cristina Mejías en su obra Herzlich Willkommen (2012), trata el fenómeno migratorio en los animales que buscan mejorar sus condiciones de vida en una estación determinada y aquellas personas que se ven obligadas a dejar el país, buscando nuevas oportunidades. Este vínculo, por tanto, entre lo llamado real y lo ficticio o incluso fantástico, es de lo que se sirve Cristina Mejías para dar una nueva dimensión a los distintos relatos. También Leandro Katz ha seguido una idea parecida cuando en Espejo sobre la luna (1982), un film descrito por Jonathan Rosenbaum como “un acertijo metafísico”, mezcla la memoria y la fantasía, inspirado en La invención de Morel de Bioy Casares y El Aleph de Jorge Luis Borges.
En la obra Tesauro (2014-2016), Cristina Mejías parte de una serie de objetos como piedras o pequeñas construcciones. Cada uno de estos elementos se libera de sus funciones para entrar en una relación entre ellos. Esta colección de pequeñas piezas hace que unas se relacionen con las otras, urdiendo una trama que, según Cristina Mejías “me permita entrelazar los hilos de mi tiempo con los de la roca, mi abuela o el albañil”. Cada uno de los objetos está cargado de una temporalidad y espacialidad determinadas, como las piezas de Joana Cera, en las que contrastan el paso del tiempo y la erosión de la piedra con los elementos lisos y pulidos, una suerte de suspensión y conservación del tiempo, sin desgaste, sin deterioro.
Charlando con ella, se hace evidente la pasión de Cristina Mejías por la literatura, y así, este proyecto de Tesauro, en el que recrea un relato que conecta todos los objetos, adquiere nuevos matices cuando se comprende la relación con el libro La vida inverosímil de Heinz Woltereck o la obra de Marcel Proust. El encuentro con el libro de Woltereck fue por casualidad y de él destaca cómo se establecen conexiones con temas que de entrada les separan más diferencias que semejanzas. Esto acerca a Cristina Mejías a la cuestión de la memoria, un terreno extensísimo compuesto por pequeños recuerdos que, como en los fractales, se produce un cambio de percepción al ampliar la imagen y descubrir cada uno de los pliegues y capas.
Se plantea en este punto la elaboración del relato del recuerdo, del relato de una experiencia en un tiempo pasado del que sólo se tiene acceso a través del testimonio de otra persona. De esto parte Temps vécu (2014), de dos tiempos que se cruzan, el de la abuela y el de la nieta (la propia Cristina Mejías), de un camino guiado por aquella persona que lo ha recorrido hace tiempo. Como los radioisótopos, de los que se puede conocer su origen midiendo lo que ha desaparecido de estas rocas, también aquí Cristina Mejías pretende elaborar los espacios en blanco. Estos espacios en blanco son los que, al mismo tiempo, permiten introducir la imaginación, la ensoñación, y por tanto huir de la realidad.
De forma similar a la del proyecto de Leandro Katz, Proyecto Catherwood (1985-1995), se hace evidente la distancia entre la realidad vivida en primera persona y su representación, diferida de este primer momento vivido. En el caso de Leandro Katz, parte de la cultura maya como impulso visible de su trabajo, como “ventana a través de la cual muestra su convicción de que el pasado es la historia del presente”. La exposición en Tabacalera presenta 25 fotografías del Proyecto Catherwood que consiste en una reconstrucción a base de fotografías de las expediciones arqueológicas de John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood llevadas a cabo en el siglo XIX en México y Centro América. En estas expediciones se tiene un primer contacto con aquella realidad idealizada. Cristina Mejías destaca esta mirada virgen de las personas que allí se encontraban antes de que llegaran los arqueólogos y cómo a partir de esta mirada desde fuera se toma conciencia de la historia que les rodeaba y la importancia de ésta. Lo que conecta la obra de Cristina Mejías y Leandro en este punto es, precisamente, la preocupación por la reconstrucción del pasado a partir de puntos de costura, sedimentos, ritmos variados, para encontrar la sintonía entre pasado y presente, no para presentar ese pasado sin más sino para enfatizar cómo se hace presente. Quizá una voz se diluye pero no es que deje de existir, como plantea Cristina Mejías en Twice Upon a Time, sino que la comparten muchos.
Comunicar y narrar, desde un presente, hacia un futuro, recordando un pasado, en el tiempo y durante el tiempo, es lo que nos lleva de una pieza a otra. Cómo se construye el discurso es fundamental y eso ha sido objeto de estudio para Leandro Katz, tratando precisamente las paradojas de cómo desde un centro se construye un discurso sobre la dominación y la colonización, sobre las falacias de la historia que borra aquello que permanece en la periferia. Esto queda reflejado en Paradox (2001) y muestra cómo las civilizaciones precolombinas y sus culturas han quedado inscritas en las piedas. Este olvidar, borrar o eliminar lo acontecido lo ha planteado Cristina Mejías en Érase (2016) a partir de los ejercicios de escritura conjunta del proyecto Temps vécu así como en la memoria inscrita en las rocas de Tesauro que se vuelven humo.
El tiempo que se esfuma, que desaparece, es lo que nos hace contar; contar historias y contar el tiempo. Transmitir historias, como el proyecto en desarrollo de Cristina Mejías, Cuando la razón duerme, las sirenas cantan, en el que se difuminan las fronteras entre contar y cantar, o en Tro, tro (2016), en el que se lleva a cabo un entendimiento progresivo entre el espectador y el caballo que gira alrededor de él, creando un código de comunicación y confianza. Pero, ¿cuánta tierra puede contener un segundo?, se pegunta Joana Cera en la exposición de Galería Alegría. El tiempo, como las historias, nos han permitido orientarnos desde el principio de los tiempos y lo que nos permite no ir a tientas en todo momento. Un tiempo que no se ve pero cuyos efectos son completamente visibles y tangibles.
¿Cómo se arma una historia? ¿Cómo contamos? Nos vamos repitiendo estas preguntas y cuanto más nos acercamos a una respuesta, como dice Cristina Mejías a propósito del proyecto Tesauro, “irán apareciendo más y más pliegues hasta el infinito. Y ese es el lío”.