Entre la metapintura del Prado con Víctor Santamarina
Visitamos con Víctor Santamarina la exposición Metapintura. Un viaje a la idea del arte en el Museo del Prado, que podrá verse hasta el 19 de febrero. La exposición recorre, principalmente a partir de las obras del Prado, la forma en la que se ha referido a la pintura desde ella misma, cómo el arte se ha convertido en tema del arte.
Nos encontramos con Víctor Santamarina pocos días antes de la muerte de John Berger. En realidad ni siquiera lo mencionamos durante la entrevista, sino que es hojeando Ways of seeing al poco de la muerte del autor que encuentro unas relaciones evidentes entre lo que hablamos con Víctor Santamarina paseando entre Metapintura del Prado y algunas de las ideas presentes en el libro de Berger.
La vista, escribe Berger, llega antes que las palabras y nuestra visión “está en continua actividad, en continuo movimiento, aprendiendo continuamente las cosas que se encuentran en un círculo cuyo centro es ella misma”. Así pues, una imagen es una visión que ha sido recreada, reproducida, aunque sea la apariencia de algo ausente, y esta idea subyace a lo largo de toda la conversación con Víctor Santamarina y en su obra, en la que integra referencias a rituales de percepción y herramientas de mediación sensorial.
Víctor Santamarina señala al principio de la exposición la importancia que tiene para él el propio proceso del artista más allá del resultado final. Se trata de una preocupación por la construcción de las representaciones que, por supuesto, va más allá de una tradición naturalista que pretende una copia mimética de la realidad. Porque las imágenes que se generan a través de la creación artística no son una simple duplicación de la realidad o un mero espejo de ésta.
La cuestión de la imagen y las imágenes sagradas concretamente –¿se puede o no representar a Dios?– fue un eje fundamental en el conflicto entre católicos y protestantes. Así, en la exposición se muestra una posición, a partir de la analogía de Dios como pintor, según la cuál se explica la creación del mundo como un acto artístico. Esta idea de pintura y escultura como actividades queridas por la divinidad para dejar testimonio permite establecer un paralelismo con Metamorphic regions (2013) de Víctor Santamarina, donde se profundiza en la reorganización de los espacios en la modernidad y nuestro lugar dentro de ellos, a partir de las pirámides de Egipto. Las pirámides, hoy en día convertidas en atracciones turísticas, eran concebidas en un principio para preservar en su interior la esencia del faraón para toda la eternidad, una forma de acoger su sacralidad que, a su vez, impedía descubrir que el faraón era una persona como otra cualquiera.
Y las imágenes no son una simple duplicación del mundo, señala Víctor Santamarina, porque damos sentido a estas imágenes del mundo, por así decirlo, que nos llegan a través de la visión y las interpretamos de una u otra forma, según unos códigos de conducta asumidos para cada espacio. Siguiendo la idea de Berger de que “toda imagen encarna un modo de ver”, Víctor Santamarina dispone una situación a través de sus proyectos para que se pueda establecer una relación consciente entre el espectador que ocupa el espacio y el objeto o imagen expuestos, en una relación de “ver y ser visto” que se vuelve difusa.
En cierto arte, como en el caso turístico que toma Víctor Santamarina como ejemplo en algunos de sus proyectos, se puede encontrar en ocasiones una búsqueda por el objeto real, la voluntad de una copia perfecta, que nos haría remontarnos a la historia de la mímesis. En proyectos como Panorma du Mont-Blanc d’après dessin de Pierre Novat (2014) y Vue générale du Mont-Blanc (2014) Víctor plantea la cuestión de la representación, la réplica de un original siguiendo las lógicas del turismo a través de los souvenirs o postales de los monumentos o paisajes para visibilizar que se establecen así jerarquías entre la copia y el original, objeto real sacralizado.
Un tema que se muestra en la exposición y que está presente a lo largo de la historia del arte occidental es el ilusionismo, la aspiración de la pintura a confundirse con la realidad, como ejemplifica la pieza Huyendo de la crítica de Pere Borrell y del Caso (1874). Pero más allá de este juego y más allá incluso de entender el arte como un reflejo de la realidad, como espejo o como ventana, hablamos con Víctor Santamarina del arte como velo, de su capacidad de insinuar más que de mostrar completamente algo. Y es que el arte no tiene que dar cuentas a la realidad, no tiene que responder a la coherencia o a la lógica y, a partir de ahí, es de donde pueden surgir propuestas que no estén sujetas necesariamente a las exigencias del mundo tal como lo vemos.
Es quizá por eso, por la libertad que proporciona la creación –sin que la tradición se convierta en obstáculo, evidentemente– que resulta interesante incidir en los mecanismos del arte y sus procesos que Víctor Santamarina pone de relieve. Ya desde la Edad Media se disponía de libros de modelos, a partir de los cuales se componían las imágenes, a modo de collage entre las distintas partes del catálogo: la tarea del artista consistiría en el tejido y la combinación de las diferentes piezas más que la creación en sí.
En la medida en la que se tiene en cuenta este proceso, la distinción entre objeto representado y el hecho de ser representado, la forma en la que ese objeto es representado pierde sentido: el trazo, un molde vacío, una grieta... pasa a ser protagonista de la pieza. Precisamente este es uno de los elementos interesantes de los proyectos de Víctor Santamarina, la forma de encontrar referentes en el proceso de trabajo. No se trata de incluir en la pieza una referencia al propio proceso o hacer del arte un tema del arte sino contaminar proceso y resultado, trazo y obra.
Escribía John Berger que el modo de ver del pintor se reconstruye a partir de las marcas que hace sobre el lienzo o el papel. Víctor Santamarina tiene esto absolutamente presente, además del conflicto que se produce entre el potencial experiencial o cognitivo de la persona en relación con unos dispositivos culturales que delimitan, enmarcan, deforman y controlan lo perceptible de la realidad. Es por eso que sólo desde el propio proceso artísticoy el pensar la obra en sí es cuando se puede poner de manifiesto estos modos de ver y estas formas y construcciones que tantas veces se dan por hecho pero que nada tienen de naturales.