El falso incendio que salvó el Museo del Prado
¿Pudo una falsa información salvar las obras maestras que hoy contemplamos en el museo? El periodista Mariano de Cavia recurrió a esta maniobra para evitar perder uno de los mayores tesoros artísticos.
El 25 de noviembre de 1891, hace casi exactamente ciento vienticinco años, un incendio devastó el Museo del Prado. O al menos esa es la noticia que apareció en “El liberal”, un periódico de entonces. “La catástrofe de anoche; España está de luto; Incendio del museo de pinturas”. Lo firmaba el periodista Mariano de Cavia, que contaba que “A las dos de la madrugada, cuando ya no nos faltaban para cerrar la presente edición más que las noticias de última hora que suelen recogerse en las oficinas del Gobierno civil, nos telefoneaban desde este centro oficial las siguientes palabras siniestras y aterradoras: El Museo del Prado está ardiendo”.
Ese mismo año, en julio, el museo había sufrido dos incendios menores que se extinguieron rápidamente. Pero ahora las llamas habían destruído por completo el Prado, “lo único que aquí tenemos presentable”, lamentaba el periodista. “Un brasero mal apagado, un fogón mal extinguido, un caldo que hubo que hacer a media noche, una colilla indiscreta… y ¡adiós, Pasmo de Sicilia! ¡adiós cuadro de Las lanzas!”. El incendio, decía luego, se había iniciado “en uno de los desvanes del edificio, ocupados, como es sabido, a ciencia y paciencia de quien debía evitarlo, por un enjambre de empleados y dependientes de la casa”. En efecto, en 1891 los trabajadores del museo vivían en los sótanos del edificio. Dormían a unos metros de Velázquez, cocinaban bajo El Greco y era natural (y cosa muy española) que todo el arte de Goya terminara sucumbiendo al fuego al que se habían puesto a cocer unas lentejas.
Los madrileños, siempre dispuestos a echarse a las calles ante la menor excusa, saltaron de sus cafés y chocolates y acudieron a ver “el teatro de la tragedia” que debían de ofrecer las pinturas de Velázquez derretidas. Sin embargo, cuando llegaron al museo, lo encontraron en perfecto estado. No había ni rastro de la catástrofe; ni siquiera algún seto chamuscado. La noticia, en fin, era falsa, y suponemos que regresaron a sus casas de muy mala leche, no sin antes acordarse de la madre del periodista. No habían prestado atención a la última frase del artículo, en la que Mariano de Cavia acababa diciendo que los tristes sucesos “pueden ocurrir aquí el día menos pensado”. Es decir, que no habían ocurrido todavía.
La explicación
Al día siguiente, el periodista se vio obligado a publicar otro artículo titulado “Por qué he incendiado el museo de pinturas”. Empezaba de Cavia recordando otras tragedias similares, como los incendios del Alcázar de Segovia y de Toledo. Después se acordaba de una ejemplar anécdota de Inglaterra: “Un día, o por mejor decir una noche, quiso saber el lord corregidor de Londres cómo estaba organizado el servicio de incendios, y para averiguarlo prácticamente, difundió este aviso terrorífico: ¡El Museo Británico está ardiendo!”. Lo mismo quiso hacer el periodista español: alarmar a las autoridades de las malas condiciones en que estaba el Prado. El truco dio resultado, y el ministro de turno puso en marcha las medidas necesarias para mejorar la seguridad del museo. “Hemos inventado una catástrofe… para evitarla”, termina diciendo el genial escritor.
Antes como ahora, los madrileños estamos tan conformes con el caos que nos rodea que no nos viene mal de vez en cuando un susto que nos espabile.