Hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son
Marta Fernández Calvo presenta su primera individual, "Hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son" que se podrá ver en Espacio Valverde hasta el 4 de junio. Los versos de un poema de Machado son el título de esta exposición que plantea nuevas formas de mirar el arte y entenderlo.
No esperen encontrar en Espacio Valverde una exposición al uso con cuadros en las paredes, esculturas exentas o piezas puramente conceptuales. Esta propuesta expositiva tiene todos los elementos citados, pero va mucho más allá: exige otro tiempo, otra cadencia, otra manera de abordarla y, sobre todo, requiere vivirla. El factor experiencial es clave en la obra de Marta Fernández Calvo, tanto a la hora de producir su trabajo, estrechamente vinculado a su vida, como en la recepción por parte del espectador, a menudo partícipe en las piezas.
Los tintes autobiográficos y de posicionamiento quedan claros nada más entrar a la galería a través de un statement escrito en la pared: “Hago tartas porque me gusta trabajar en pijama”. Con esta frase simple y directa la artista revela una satisfacción íntima y al mismo tiempo nos descubre una segunda ocupación, aparte de su labor artística, que se confirmará en la pieza sonora siguiente. Se trata de una voz masculina haciendo diferentes pedidos de tartas, de forma ininterrumpida, a Marta. La sensación que genera es de cierta impotencia, porque el hombre no para de pedir sin que exista la opción de responder: se anula la posibilidad de negociación, uno de los conceptos alrededor de los cuales se articula la exposición. El audio es un pronunciamiento honesto y sin tapujos sobre las formas de subsistir en el mundo del arte para hacer sostenibles este tipo de prácticas. ¿Como vivir de un arte performativo donde apenas hay objeto? Es una de las cuestiones que subyace en la muestra.
La sala principal tiene una función principalmente contemplativa, en medio del espacio encontramos una silla pensada para sentarse y disfrutar de lo que tenemos frente a nosotros: para empezar, el aire fresco que sale de los balcones con las puertas abiertas de par en par. La exposición tiene lugar durante el primaveral mes de mayo, en el que la brisa se deja sentir y la alegría transpira con mayor facilidad. La entrada y salida de aire tiene un carácter de renovación y es un buen momento para las apuestas, como la andadura que inicia la artista con la galería a través de su primera individual en Madrid. Desde la misma posición estratégica observamos dos de las piezas protagonistas de la muestra, ambas vinculadas a acciones realizadas el día de la inauguración: a los pies del balcón derecho se sitúa una hogareña alfombrilla de tela; en el balcón izquierdo, se ha extraído una astilla de la parte inferior de una de las puertas y ha sido sustituida por otro trozo de madera, evidenciando su naturaleza protésica. El fragmento original se ha trasladado a la pared expositiva central, ensalzando su valor escultórico y desvelando el motivo de una segunda negociación: la que habrá sido necesaria para modificar la estructura arquitectónica a favor de una finalidad artística.
El trozo de madera fue utilizado en la apertura de la muestra por un violonchelista, Sergio Menem, que salió a la calle y lo arrastró por las paredes para recoger sonidos y posteriormente interpretarlos musicalmente. Vida y arte se entremezclan, conviven, son intercambiables, así lo subraya la constante interferencia de la cotidiana voz masculina inmiscuyéndose en el resto de las creaciones. Por otro lado, la erosión de la astilla generará una pequeña ranura el día en el que se reincorpore al lugar del que procede: de nuevo, una corriente de aire, una oportunidad para la oxigenación y el cambio. Lo de dentro fuera, lo de fuera dentro. La ruptura de las dinámicas que se suelen establecer en las inauguraciones era un propósito fundamental de la exposición, objetivo que se consigue mediante las performances. La segunda es llevada a cabo por una cantante, Paqui Terroba, que entona una jota en el balcón de cara al patio. Brazos en jarra, se posiciona con decisión en la alfombra, y deja salir todo el aire que guardaba en su pecho. El cante se presenta como un símbolo de celebración y explosión hacia fuera que reclama la atención de los espectadores y les invita a salir de la galería. Invoca otra actitud, otra forma de estar y disfrutar el lugar.
Como cierre de la exposición, en la última sala, se sitúa la única "pintura" colgada en la pared. Se trata de un paisaje abstracto sobre un mantel de papel blanco que conecta con la domesticidad anunciada en la primera pieza. La artista tan solo ha realizado el dobladillo – utilizando la técnica del grabado a plancha perdida–, el resto es trabajo de una cocinera a la que pidió que interviniese el mantel haciendo una actividad que durase dos horas. La acción consistió en confitar un ramo de dos rosas, una labor que podría resultar improductiva en relación al tiempo requerido, pero que en este contexto adquiere una importancia crucial. Todo depende de los ojos con los que se mire.
Y es que al final, la propuesta tiene mucho que ver con el mirar, o más concretamente, con el cómo mirar. La apertura de los balcones podría ser una metáfora de la necesidad de abrir, aunque solo sea unos centímetros, las compuertas que se sitúan entre los ojos y las sienes. Un pequeño desplazamiento es suficiente para descubrir un amplio abanico de impresiones nuevas. Asimismo, la forma de ver también cambia según lo que nos han contado: no es lo mismo visitar una exposición de casualidad que ir después de haber leído o escuchado algo sobre ella. En este caso, el relato es decisivo, ya que aporta la información de dos acciones efímeras que no se van a volver a repetir y cuyas reminiscencias permanecen en el espacio. La transmisión oral es un canal de creación y evolución de la muestra que, en última instancia, disuelve su autoría. Como dice el poema de Machado al que se refiere el título: Hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son, y cuando las canta el pueblo, ya nadie sabe el autor.