Madriz/
Pantalla
27 de October 2015 porGrace MoralesTweet · Share
##El año del bólido y el cine
###Los primeros pasos del cine en Madrid.
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1896 fue un año de sustos para los madrileños. Se empezaban a notar los efectos de la guerra contra Cuba, tanto en bajas humanas como en el desplome de la ya muy maltrecha economía del país. Comenzó con un suceso tremendo, que recogieron la prensa local y la de medio mundo. A las nueve y media de la mañana del diez de febrero, el cielo de Madrid se iluminó con un formidable fogonazo rojo, seguido de grandes explosiones que oscurecieron la capital. A continuación cayó una lluvia de meteoritos que alcanzó hasta la periferia. Hubo bastantes heridos y los cristales de las ventanas saltaron en pedazos. La prensa describe a la gente que salía gritando de sus casas y se postraba de rodillas, creyendo que asistía al fin del mundo. Como un Tunguska morrocotudo, aunque los científicos avisaran que aquello había sido un fenómeno natural, se barajaron varias teorías de la conspiración. Mientras los estudiantes se manifestaban en San Bernardo contra los yankees, en los cafés echaban la culpa a los americanos y al mismísimo Thomas Edison. La razón es que, además de apoyar a los cubanos, habían traído poco tiempo atrás las primeras instalaciones eléctricas a Madrid, que aterrorizaron a la gente encendiéndose todas a la vez mientras la cola del cometa se desintegraba.
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Edison no había lanzado un rayo cósmico contra Madrid, pero sí había sido el creador de la última sensación de la ciudad. Por una moneda de diez céntimos, el madrileño podía ver el baile de la Bella Otero dentro del kinetógrafo instalado en el Salón de la Carrera de San Jerónimo. Justo antes de que los Lumière le ganaran en la batalla de la patente por el cine, su atracción perdió interés cuando llegó el animatógrafo al Circo de Paris* (1), de la mano de una compañía ambulante. Por 50 céntimos, el público veía imágenes muy similares de bailes exóticos y números circenses, esta vez a través de una linterna mágica, amenizada la proyección con efectos sonoros.
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Pero estos mecanismos para ver proto imágenes en movimiento desaparecerían para siempre un 13 de mayo de 1896\. Ese día, el joven Alexandre Promio, el representante de los Lumière en España, realizó una demostración para los poderes fácticos de su cinematógrafo, en el desaparecido Hotel Rusia de la misma calle de San Jerónimo. El 15 se abrió el salón al público y la reacción fue la misma que en el resto de ciudades: la gente se quedó pasmada. Muchos salían corriendo, porque temían que los objetos y los personajes se les echasen encima desde la pantalla. El programa era el mismo que vio toda Europa, incluida la famosa escena de la llegada del tren, más unos planos de la Puerta del Sol y bailes folclóricos autóctonos. Promio se convirtió en el primer director de cine en España, contando con todos los permisos de mano de la mismísima Familia Real. A la reina regente le hizo mucha gracia el nuevo invento, por no hablar de la infanta Isabel, la “Chata”, quien, haciendo gala de su legendaria campechanía borbónica, no dudó en presentarse ella sola – no sabemos si conduciendo su propia carroza- en los pases del cine, ¡y pagando de su bolsillo la peseta que costaba!
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La palabra “cinematógrafo” era rara y difícil de pronunciar. Enseguida se usó “cine”. Esa peseta de 1896 era muy cara para cualquier madrileño que no perteneciese a la realeza. Comparemos con la entrada al teatro, que no costaba más de treinta céntimos, por lo que el cine no nació como un espectáculo de masas. La prensa dio muchas noticias de este nuevo espectáculo, pero lo trató como una mera curiosidad, muy notable, eso sí. Nuestros intelectuales, los rancios miembros de la Generación del 96-98, tampoco se dieron por aludidos. De hecho, el cinematógrafo fue ninguneado como medio de expresión, considerando que era una atracción de barraca, y no precisamente de las mejores. Lo de Promio de filmar corridas de toros, misas y desfiles militares tampoco ayudó a que Galdós o Baroja se interesasen por las primeras proyecciones. Esta actitud cambiaría en los autores del Modernismo en unos años, pero pocos escritores reconocieron el potencial que tenía el cine como medio documental y artístico. El teatro seguiría siendo el rey.
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###### (1) El Circo Price cambió de nombre y de propietario en 1880\. Cuando Thomas Price murió en 1877, su yerno, el caballista William Parish le puso su nombre y construiría el nuevo local en la Plaza del Rey (donde ahora se ubica el edificio del Ministerio de Cultura).