La llamada
La Pantalla echa el telón en 2015 con una historia de fantasmas, esta bella y desconocida película que evoca el espíritu del mejor fantástico español.
“La Llamada” fue redescubierta hace unos años en el Festival de Cine Fantástico de Bilbao, con la presencia de Emilio Gutiérrez Caba. Él es uno de los más grandes artistas españoles, pero pocos conocían este primer papel como protagonista. Es una película de presupuesto muy modesto, para la que el propio don Emilio tuvo que poner dinero, pero a pesar de la escasez de medios, tiene una producción impecable en fotografía, puesta en escena e interpretación.
Su director, el catalán Javier Setó, había dirigido toda clase de cine, desde musicales (españoladas con Marujita Díaz, Rosa Morena o la legendaria “Long Play”), cine negro, péplum y por supuesto, fantástico. En 1965, y con la colaboración de su guionista habitual, Paulino Rodrigo Díaz, escribió una historia muy diferente al resto del producto comercial en el que trabajaba. Con ella se internó en una narrativa semejante a la que estaba desarrollando Narciso Ibáñez Serrador en “Historias para no dormir”, que se empezaría a emitir en Televisión Española justo en esos meses. Un terror con una impronta peculiar, no solo por la evidente falta de presupuesto y las cortapisas políticas, sino, o como resultado de todo ello, una ficción austera y desolada, que expresaba el miedo que anidaba en la sociedad, muy lejos de los estereotipos del cine de Hollywood. Era un terror conectado con la situación política y deudora de la literatura y el arte español: la violencia, el hambre, la soledad, el complejo de culpa, el temor al sexo…
“La Llamada” cuenta en maravilloso blanco y negro una historia de amour fou. Gutiérrez Caba es un joven estudiante enamorado de una compañera francesa, muy misteriosa, que dice pertenecer a una familia también extravagante en su Bretaña natal. Emilio, (Pablo, en la ficción) no da importancia a las opiniones de la chica, porque es extranjera y los bretones tienen fama de ser supersticiosos, un poco como los gallegos. Los dos son muy felices y pasan los días viajando a Aranjuez en el Seiscientos de Emilio para pasear por sus jardines. Dominique, la chica, se va unas semanas en las vacaciones de Navidad para ver a sus parientes y en una escena en el cementerio ella le hace jurar que el primero de los dos que muera, “volverá” para estar con el otro. A partir de un confuso accidente de avión, comenzará el viaje del protagonista en busca de su novia, hasta la resolución del enigma, en un final romántico y lleno de nostalgia. Si la pareja protagonista es estupenda, un Gutiérrez Caba jovencísimo con la debutante Dyanik Zurakowska, actriz muy conocida dentro del cine de género (terror, espías, western), no lo es menos el resto del reparto, empezando por el maestro Carlos Lemos, como profesor de medicina de Emilio, y los actores que encarnan a la extraña familia de Dominique: nada menos que Paco Morán, Tota Alba y el añorado Víctor Israel. Las escenas rodadas en Madrid son excepcionales, por la belleza de la fotografía y los ambientes que transmiten, entre lo irreal y las certezas de la ciudad y sus personajes –el parque de Aranjuez en el principio del invierno, las tomas de la Gran Vía con su empedrado antiguo, la escena costumbrista en el célebre Mesón El Garnacho de Hortaleza, la facultad de Medicina de la Complutense–, envueltas en la música de jazz del maestro García Segura, que firma la banda sonora, en la primera mitad con toques de pop y jazz puro sesenta y en la última parte con una partitura clásica de terror, efectos de theremin incluidos
Esta y otras películas con argumento fantástico a lo largo de los años sesenta –hay una lista que va desde la célebre “Gritos en la noche” de Jess Franco a otras menos conocidas, como “Fuego”, “Ella y el miedo”, las dos de León Klimovsky, o “Hipnosis”, de Eugenio Martín– tienen una historia curiosísima y bastante absurda: tras su estreno en España, eran dobladas al inglés y se exhibían en el mercado norteamericano como productos de serie B, pero autóctonos de aquel país. “La llamada” se retituló “The Sweet Sound Of Death” y Emilio Gutiérrez Caba pasaba a llamarse en los títulos de crédito “Emil Capek”. Esto permitía al distribuidor incluir algunas escenas ligeramente sensuales (la pareja en la cama, medio vestida) y modificar el final, aunque en este caso, por ejemplo, no aportaba nada a la versión española.
No se la pierdan. Además del fabuloso testimonio documental, es una muestra brillante y muy digna de un género muy maltratado y poco entendido. Mi homenaje a los Gutiérrez Caba, a los Ibáñez Serrador y a los profesionales del cine que conocían tan bien su trabajo en circunstancias tan adversas.