La vida de nadie
“La vida de nadie” es un raro ejemplo de cine español que no abusa de la comedia, ni siquiera alude a la Guerra Civil o la Transición. Utilizando un hecho real, es el reflejo fiel de unos años muy concretos, los del comienzo del siglo XXI, y del vehículo más repetido desde entonces: la mentira.
En 1993, se produjo uno de los sucesos más escalofriantes en la historia reciente de Francia. El probo ciudadano Jean-Claude Romand, un exitoso médico de la OMS, había asesinado a toda su familia, perro incluido, tras lo cual quemó su casa de París e intentó suicidarse con pastillas, pero fue salvado in extremis por los bomberos. Tras el crimen, se descubrió que Romand llevaba veinte años fingiendo ser lo que no era. Nunca había trabajado y vivía de estafar a parientes y amigos con las ventas de patentes imaginarias. Condenado a cadena perpetua, esta historia dio lugar a un libro muy conocido de Emmanuel Carrère, El adversario (1999, Anagrama), y a dos películas en francés, “El Adversario” (2002, Nicole Garcia, con Daniel Autieul en el papel de Romand) y “El empleo del tiempo” (2002, Laurent Cantent). No es la primera vez que conocemos la historia de un tipo que convierte su vida en una falsificación y luego acaba con ella de forma sangrienta. Sin llegar a estos límites, hay muchas personas que simulan una vida perfectamente normal, que en realidad no es tal. Un precedente de Romand, por ejemplo, ya se dio en 1971 en el caso de John List, quien tras perder su empleo como contable, acumular grandes deudas y engañar a la familia (salía para trabajar, pero pasaba el tiempo en la estación de autobuses de New Jersey), un día volvió a casa y los mató a todos. Huyó y comenzó una nueva vida. Se casó de nuevo, hasta que su mujer le descubrió después de casi veinte años por un programa en la tele).
Los guionistas encargaron al director debutante Eduard Cortés esta historia inspirada en la peripecia de Romand y ambientada en el Madrid de comienzo de la década de los dosmiles, cuando todo era bienestar y plena democracia rebosante de trabajo y dinero. En ese ambiente de clase media-alta se sitúa la no tan extraña vida de Emilio Barredo (José Coronado) que aquí no es médico (quizá el público español no iba a entender la gravedad del engaño con un científico), sino un prestigioso economista que trabaja para el Banco de España de la calle Alcalá y que tiene un niño pequeño y una esposa ideal, ingenua y feliz, la siempre perfecta Adriana Ozores, además de parientes y amigos devotos. Coronado comienza aquí su transición de galán a protagonista en papeles más inquietantes, como este mentiroso compulsivo que ha cimentado su existencia sobre un frágil y complicado entramado de falsedades. Así, pasa la jornada sentado en un banco del Parque del Oeste, mientras hace creer a su mujer que está en una importante reunión o incluso de viaje fuera del país. Siempre al borde de la quiebra, consigue el dinero de sus amigos haciéndoles creer que lo invierte en importantes y fabulosos negocios bancarios, e insiste, en un gesto español y dolorosamente cercano, en que se lo entreguen, “todo en negro, para evitar impuestos y problemas”.
La vida de este hombre se viene abajo del todo cuando conoce a la canguro de unos amigos (una debutante Marta Etura, que interpreta a la estudiante no tan ingenua como Ozores), se enamora de ella, y repite de nuevo otro complicado edificio de mentiras. El desenlace no es igual que el francés. Tiene un componente moral un poco forzado, aunque la escena dentro del salón circular del Banco de España, retratado como un mausoleo y en paralelo al parque con sus bancos, es bien rotunda, pero la película es significativa más allá de la anécdota. Como cuando Coronado, boquiabierto, se encuentra a otro como él en el parque, llamando a su familia desde una oficina imaginaria, en la que se adelanta al paro y al hundimiento de la economía.
“La vida de nadie” es el ejemplo de unos años donde muchísima gente, movida por la codicia y el ansia de aparentar, se empeñó en ser lo que no era, y terminó, como en esta triste historia, convertida en nada, vagando por una ciudad que habían reducido al estado de fantasma.