Un drama interracial
Repetimos autor en la Pantalla, siguiendo el ciclo de su cine que se emite en la Filmoteca Española y la publicación estos días del libro “Francisco Regueiro: la importancia del demonio” (VVAA, Athenaica), con otra de sus cintas sorprendentes.
“Smashing Up” es el título del cuento de Juan Cesarabea, guionista con el que solía trabajar Regueiro y sobre el que se escribió su tercera película. “Si volvemos a vernos” recoge un momento muy concreto de la historia de la década: nada menos que la guerra de Vietnam, las protestas de la comunidad negra en Estados Unidos… pero en Madrid. Para hacerlo aún más tremendo, se cuenta la historia desde el punto de vista de una mujer española, Matilde, casada y con un hijo de un piloto americano de la base de Torrejón. La protagonista, interpretada por la magnífica Esperanza Roy, da vida a una exprostituta, que ha conocido a su futuro marido tras ser abandonada en la carretera por unos clientes especialmente repugnantes. Ahora, podríamos suponer que su situación ha mejorado, ya que vive en un piso estupendo de la Avenida Donostiarra con el marido y el niño; incluso ha conseguido traerse a su madre y a su tío del pueblo a vivir a Madrid, en el barrio de San Blas, donde tampoco parece que les falte de nada, pues el sueldo del militar es generoso. Pero hay dos inconvenientes: ella sigue siendo, a los ojos de todo el mundo, una prostituta, y el marido, por muy militar y americano que sea, es negro. Los vecinos y parientes ven bien lo de los americanos y el dinero, pero lo de los negros, no. La película hace un barrido sobre locales públicos y casas privadas, mientras capta las opiniones y las miradas de la gente sobre los personajes negros: el resultado es absolutamente desolador. La boda interracial que filma Regueiro, con público de la calle, funciona como un documental terrible. Los miran como si estuviesen asistiendo a un show demoníaco.
Pero es mucho peor cómo miran a Esperanza Roy cuando tiene que actuar rodeada de gente. Y si con la Roy hay una actriz negra (en este caso, la espectacular Beverly Atkinson), atención a la cara de los paisanos:
El argumento en sí no es lo más interesante: Tom (Robert Packer), el marido de Roy, está atemorizado con la idea de ser destinado a Vietnam, por lo que desea volver a Estados Unidos cuanto antes, a lo que su mujer se opone. Su compañero y amigo, Jim (Rafael Weeks) es un militante del black power y la mujer de éste (olviden el doblaje), Emily, se encuentra totalmente desubicada en la capital. Cuando Tom y los demás militares son retenidos en la base, Matilde entra en pánico y busca ayuda en la familia y un antiguo cliente (Alfredo Mayo), pero no obtiene más que rechazo o deseos egoístas. Lo importante de esta película es cómo se recoge la reacción de la sociedad española a un cambio en su interior, a la mujer blanca con el niño negro, que aparece en un estrato social distinto al que “le corresponde”, el hostigamiento de los antiguos “clientes” y la consideración general que de ella tienen su familia y conocidos. Para ellos sigue siendo lo mismo, una puta, pero ahora mucho más si cabe, porque se ha atrevido nada menos que a casarse con un negro. Los negros son seres primitivos que no se distinguen entre sí, viene a ser la consideración general (se dice en un momento dado, “A mí me parecen todos iguales”, “Estos están acostumbrados a cambiar de mujer” y el que nunca falta “Qué ricos son de niños”). Menos el dinero, que todos piden, desde la familia a los porteros de la finca, “por lo del economato”. Es increíble la escena de la visita de Matilde a su madre y a su tío (unos geniales Matilde Muñoz Sampedro y Valentín Tornos), donde se demuestra, con una crueldad inusitada, el desprecio hacia la mujer y hacia su elección. Como en otras películas del director, por ejemplo, la excelente “Duerme, duerme, mi amor”, vuelven a aparecer esos interiores detallados de las casas, reflejo social y psicológico, muy pre-almodóvar, pero mucho más violentos, porque el de Regueiro es un costumbrismo feroz, expresionista y lleno de rabia tanto en quien mira como en quien es mirado.
Madrid es en esta película una ciudad muy parecida a la de hoy, por muchos cincuenta años que hayan pasado. Se la ve, a través de la fotografía de Luis Cuadrado, caótica, ruidosa, llena de coches y gente que se mueve, como la protagonista, a gran velocidad y en un estado permanente de tensión. Aparecen locales de leyenda, como “El Mesón del cordero” y “El rey del churrasco” y varias fincas de flamenco de la carretera de Barcelona. La música de Carmelo Bernaola está muy bien elegida: suena constantemente un redoble de palmas que quisiera ser alegre, pero que hace la función contraria y podemos escuchar, entre otros, a Peret.
“Si volvemos a vernos” tuvo una gran acogida de público en taquilla y los críticos la trataron bien, imaginamos que por aquello de la coyuntura política, aunque no es de las preferidas de su director, precisamente por ser un drama convencional, perfectamente realizado según los parámetros contra los que Regueiro se ha rebelado toda su carrera. Es una película realmente interesante, por lo inédito del planteamiento y las magníficas actuaciones del reparto. Como curiosidad y muestra decepcionante de que las cosas nunca cambian, la versión en VHS llevaba una carátula que la veías, y lo último que pensabas es que podía tratarse de un drama interracial, sino más bien una soft porn de los setenta. Habían elegido un fotograma del ataque hacia Esperanza Roy del veterano Francisco Serrano, que da vida a un acosador-excliente. Hay otra carátula, pero en ella sale Alfredo Mayo, y en un recuadro pequeño, la Roy, lo cual tampoco se explica, porque Mayo solo hace un papel secundario. El caso es no poner a los protagonistas, el actor Tom Packer y Esperanza Roy. Ni mujeres, ni negros.